viernes, 27 de noviembre de 2009

El 1er demonio de un hombre: El orgullo excesivo



Hola a todos, hoy quiero comenzar una serie que le he llamado: Los demonios de un hombre, aquí cabe mencionar que no estoy generalizando, puede haber hombres que no tienen todos los demonios, aun que puede haber mujeres que tengan también uno que otro.

He decidido comenzar precisamente con este, por que me he dado cuenta que es mi principal demonio ser extremadamente orgulloso.

La definición según el diccionario es: "Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas"

Aquí quiero establecer una diferencia, con algo que comúnmente usamos para justificarnos, que es el honor, este es: "Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo"

El honor es algo imprescindible, pero muchas veces lo hemos llegado a confundir con orgullo excesivo, es decir esta bien sentirse orgullos de si mismo pues es indicador de una autoestima sana, pero llega un momento en que se hace tan grande que se convierte en una carga.

Nos lleva a olvidarnos de las personas, a no saber perdonar, a cerrarnos dentro de nosotros mismos y no aceptar ninguna otra cosa que no venga de un mismo.
Y definitivamente, a lo largo del tiempo nos lleva a alejarnos de algunas personas que son importantes, nos convertimos en una maquina en vez de ser seres humanos, con sentimientos, capaces de perdonar y darnos una segunda oportunidad.

Para mi el origen del orgullo es un modo de autoprotección del ego, en el que para evitar ser lastimados ponemos una concha impermeable que nos protege de todo, nos hace parece como si nada nos afectará, ¿Pero realmente nada nos puede afectar? Solo recuerden que no somos robots, que no todo en la vida se trata de uno mismo, si no que estamos tratando con seres semejantes a nosotros, que nos pueden enriquecer y que si nos diéramos la oportunidad de abrirnos y arriesgarnos descubriríamos que hay un mundo maravilloso en las personas; que siempre podemos aprender incluso de la persona que menos lo esperamos.

El orgullo a la larga no nos acaba defendiendo como uno creía al principio, si no que simplemente nos lleva a pasar en la vida de las personas sin meternos ni involucrarnos en nada. Nos lleva a vivir una vida a medias a cerrarnos en nuestro mundo.

Creo que la clave es arriesgarnos y abrirnos a nuevas posibilidades, a atreverse a dar algo de uno mismo sin tener miedo a perder esa parte o ha salir lastimado. Simplemente encontrar el punto medio, en el cual no pierdes la perspectiva de lo que eres y lo que vales, y también darte cuenta de lo que son y lo que valen y significan los demás para ti. Sabemos que algún día dejaremos este mundo atrás y quizá podemos morir sin haber perdonado a ese familiar o a esa persona tan especial.

A mi me costo muchísimo trabajo darme cuenta de todo esto, pero nunca es tarde para cambiar y reconocer nuestros errores es el primer paso. Estoy seguro que dando de nosotros mismos nos veremos beneficiados en todos los sentidos, por que simplemente te das cuenta que estas viviendo a una causa superior a estas 4 paredes del yo. Una herramienta que comienzo a aplicar para tratar de bajar mi orgullo excesivo, es cuestionar la razón por la que nos enojamos o nos cerramos dentro de nosotros mismos

Este tema esta muy extenso, me gustaría que ustedes lo complementaran con sus comentarios

Finalmente los dejo con una historia:

Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.

Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: Esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás haba perdido una lucha. Con la reputación del samurai, se fue hasta allá para derrotarlo y aumentar su fama.

Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío. Juntos, todos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzó a insultar al anciano maestro. Arroja algunas piedras en su dirección, le escupía en la cara, le gritó todos los insultos conocidos -ofendiendo incluso a sus ancestros-. Durante horas hizo todo por provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.

Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

-¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?

El maestro les preguntó:

-Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿A quién pertenece el obsequio?
-A quien intentó entregarlo- respondió uno de los alumnos.
-Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.

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